viernes, 17 de abril de 2020

50m2 - Día 24

Ya es viernes, que ayer no lo dije y tenía a algún lector/a despistada. A ver si los que estáis trabajando, con esto de no saber en qué día estamos, también os vais a poner a currar mañana. No hace falta. Para los demás, podéis seguir haciendo todo igual.
Pero, sí, ya es viernes y esta semana ya está casi hecha y... ¡queda una menos!

Hoy ha tocado hacer la compra, había que reponer lo indispensable para pasar el fin de semana: cervezas, patatas fritas y chocolate. Primera necesidad.
Nada reseñable hoy en la aventura de la compra. Ninguna señora a la que le roban su cesta, ningún fantasma de come cocos por los pasillos del supermercado… Eso sí, he vuelto con la moral por las nubes. Al ir a pagar ¡me han preguntado la edad para comprar alcohol! (ojo, cervezas con limón, alcohol del duro). Esto hacía años que no me pasaba, si es que cada día estoy más joven, los años no pasan por mí… Vale que ha sido una caja automática la que me ha preguntado, pero da igual, que te pregunten si eres mayor de edad a tus treinta y largos, aunque sea una máquina, hace ilusión.

Y por lo demás, el barrio sigue ahí, más o menos igual; que me daba miedo bajar un día y que se hubieran llevado las calles, pero no. Eso sí, la plaza estaba acordonada modo CSI, así que para cruzar al otro lado tocaba rodearla; un minuto más de paseo. Todo suma.
Lo que sí he visto por la calle ha sido gente muy egoísta ¡hasta con tres perros! que ya podían compartir; tú sacas uno, yo otro… (ya os dije que mi vecino tiene cuatro pero aún no he visto el momento de hacerme con alguno). Pero no, ahí con los tres a la vez, claro que así están las calles de “minas”, que parece que con tres perros no da tiempo a recoger la obra de uno cuando ya ha evacuado otro. Vamos, que hay cosas que no cambian y el incivismo parece que no entiende de epidemias.

Y después de esta reivindicación que no va a ninguna parte, os contaré el susto que me he llevado esta mañana al despertar y darme cuenta de que me faltaba algo... Mi forro polar, mi calentito y suave forro polar que me ha estado acompañando durante unos (cuantos) días, hoy no estaba ahí esperándome junto a la cama como cada mañana. Lo primero que he hecho al darme cuenta ha sido revisar que la ventana estuviera cerrada, por si le había dado por seguir los pasos de Superman, pero no, todo seguía cerrado. ¿Dónde habría podido ir? Por suerte la casa no es muy grande y no hay muchas opciones de jugar al escondite. Lo encontré. El pobre, parece que cansado de mis excusas de “hoy no, que llueve”, “hoy tampoco que parece que va a haber tormenta”, se había metido solo en la lavadora. Supongo que ya le tocaba. Ahora a ver si le toca a la lavadora darme una alegría y tengo que pedir una nueva con caja...  

Claro que para susto el que me di ayer cuando casi me vierto escalera abajo de mi habitación. Y es que, para los que no lo sepáis, mi habitación ocupa la buhardilla de la casa, muy bohemia y muy “cuqui”, pero no lo más cómodo para acceder a ella, ya que hay que hacerlo por una escalera poco apta para ser utilizada bajo cierto nivel etílico (ahí entenderéis el porqué de las cervezas con limón). Alguna vez he pensado cambiarla por una barra de esas de bomberos; ahora estaría practicando pole dance y no cabezazo olímpico, pero parecía menos práctica.
El caso es que bajaba con las manos ocupadas (nada que no haya hecho ya “cienes y cienes” de veces), pero parece que ayer alguien puso un peldaño de más donde yo pensaba que ya era suelo y … salto al vacío, y con el recogedor de barrer en la mano. Os hacéis una idea, ¿no? ¡Festival de la pelusa! Nada grave. Pelusas y yo, sanas y salvas.
Cosas del confitamiento.

Y con esto me despido hasta el lunes. Procuraré contar mejor los peldaños.


Fe de erratas: en la crónica de ayer, donde dice “señor osteópata”, léase “señorito osteópata".

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