miércoles, 10 de julio de 2024

Mamá, ¿ves?, Santa no es real, pero los payasos sí. Armenia 2024.

Habíamos quedado el 3 de junio en el aeropuerto de Madrid, para embarcarnos en una expedición de Payasos Sin Fronteras. Una payasa, Angie, y dos payasos, Pepo y Nacho. Para Angie, era la primera vez. Un torbellino de nervios, curiosidad e ilusión hacían que sus ojos brillaran tratando de capturar cada instante como si fuera a ser el último.

Nuestro destino, Armenia. Un pequeño país montañoso, sin salida al mar ubicado justo donde termina Europa Oriental y empieza Asia Occidental. Sus vecindades son Turquía al oeste, Georgia al norte, Azerbaiyán al este, y al sur, Irán y el enclave azerbaiyano de Najicheván. Esta antigua república soviética, con una lengua y alfabeto propio, se destacó por ser la primera nación en adoptar el cristianismo como religión oficial allá por el siglo IV.

Sin embargo, aunque alguna iglesia visitamos y alguna palabra armenia aprendimos, la razón de nuestra expedición era otra. Los enfrentamientos entre Azerbaiyán y la República de Artsaj (Nagorno-Karabaj) en septiembre de 2023, obligó el exilio de más de 100.000 personas armenias en una sola semana desde Artsaj, por temor de ser víctimas de una limpieza étnica. Según UNHCR, la mitad era población infantil (31%) y personas mayores (18%).

A este contexto era al que unos meses más tarde llegaba nuestro trío de payasos, con el único fin de llenar de juego, alegría y optimismo los corazones de todas las personas que sufrían esta crisis humanitaria, tanto las refugiadas, como las que les acogían, y por supuesto, todas aquellas que vivían a diario en una calma tensa que cada cierto tiempo se cobraba alguna vida.


Aunque nuestro principal público objetivo eran las personas refugiadas del Karabaj, actuamos para personas provenientes de otros lugares también en conflicto, como es el caso de Irak, Siria o Ucrania.

Nuestra llegada se vivía con mucha expectación. En algunos lugares, incluso había montada una fiesta de bienvenida y hasta grandes carteles pintados para la ocasión.

Muchas veces, cuando llegábamos al lugar de la actuación, el público ya estaba esperando en sus “butacas”. Así que nuestro espectáculo comenzaba con la entrada de los payasos portando todo el material necesario para la actuación, incluido el altavoz. Tanto el montaje, como el desmontaje, formaba parte del show.

Durante una hora, el público se sumergía en el mundo mágico y surrealista de los payasos. Aunque apenas chapurreábamos cinco o seis palabras en armenio, la sensación era que todos hablábamos una lengua común, el idioma universal de la risa. Hasta tal punto era así, que, al terminar el espectáculo, los más pequeños se nos acercaban exultantes diciéndonos cosas que nos habría encantado entender.

Fueron muchas las vivencias en cada etapa de la gira, muchos los ejemplos de resiliencia. Vamos a mencionar algunos.

Tech es un pueblo situado a apenas 200 metros de la frontera con Azervayán desde el último conflicto de Artsaj (Nagorno-Karabaj) en septiembre de 2023. Un pueblo en el que todas las familias han perdido a alguien por culpa de la guerra. Amenazado por una nueva escalada del conflicto, y que, sin embargo, lejos de despoblarse, sigue construyendo casas nueva y acogiendo nuevas familias. Veinte en los últimos tiempos.

Otro ejemplo es el de Melanie, una mujer con varios familiares con discapacidad que había decidido fundar un centro especializado en Vardenis, muy cerca también del Nagorno-Karabaj. Desde su centro trabajaba para construir comunidad entre las personas con discapacidad y sus familiares. Aunque también ayudaba en la acogida de más de doscientas familias refugiadas que habían llegado tras el último conflicto. Unas mil personas. 

Ella nos comentó: “Van a tardar mucho en olvidarse de los payasos, de sus ropas y del rato que han compartido uno por uno. El sentimiento de comunidad que generáis es muy importante”.

Y por ampliar el rango de edades, mencionaremos también a Tigrán. Un joven de 23 años, refugiado del Nagorno-Karabaj, que nos encontramos en un campamento de verano en Yegheghnadzor, provincia de Vayots Dzor. Él, que ejercía de monitor del campamento, había estudiado ciencias políticas con la ayuda de un programa para refugiados y ahora lo quería devolver yéndose como profesor de historia a la región fronteriza de Syunik, donde habita una gran cantidad de población refugiada.

Podríamos escribir tantos párrafos como personas con las que hablamos en cada lugar al que fuimos. Fueron veinte las actuaciones que hicimos de la mano de UNHCR y 3.366 personas las que se toparon con nuestra pequeña caravana de risas. Junto con nuestro infatigable chofer, Arman, nos movimos por todos los territorios fronterizos de Armenia, llegando a las provincias de Ararat, Armavir, Geghrakunik, Kotayk, Tavush, Dilijan, Lori, Syunik, Vayots Dzor, para terminar nuestras últimas actuaciones ya en la capital, Ereván.

Del mismo modo que allí se quedaron con el recuerdo de nuestro paso, nosotros también nos volvimos con un pedacito de este pequeño país rodeado de vecindades poderosas que han ido tiñendo su historia de innumerables guerras, invasiones y hasta intentos de genocidio. Sin embargo, es un país que alberga gentes tranquilas y amables, con ganas de construir su propio futuro y eso sí, orgullosas de su producto nacional, el albaricoque.

Cerramos el post con esta pequeña anécdota: Tras nuestro paso por Armavir, un niño dijo a su madre: “Mamá, ¿ves?, Santa no es real, pero los payasos sí”.







Nacho Morán Seijas





lunes, 11 de marzo de 2024

Risas entre los escombros. Marruecos 2024.

El pasado 8 de septiembre de 2023, un terremoto de magnitud 6,8 sacudió Marruecos. Seis meses después de la catástrofe, muchos de los pueblos afectados aún viven entre los escombros. Pueblos de las montañas del Atlas, donde se funde el sol con la nieve de los picos más altos, los valles con las montañas, y entre ellos, casas derruidas, restos de lo que fueron viviendas y ahora no son más que montones de tierra y piedra.

Y ahí llegamos una troupe de Payasos sin Fronteras, dispuestos a buscar las risas entre los escombros, en los lugares más remotos, en los pueblos más inaccesibles, donde solo el hecho de llegar constituía una auténtica aventura.

Y, ha sido en esos lugares, con el marco incomparable del Atlas de fondo, donde nos hemos encontrado con toda esa gente, niños, niñas, mujeres y hombres con ganas de reír, de compartir y sobre todo con una gratitud infinita hacia nuestra labor. Gratitud que nos demostraban con la hospitalidad que les caracteriza, ofreciéndonos siempre su mejor té, pastas, panes… antes o después de los espectáculos. Gratitud que reflejábamos hacia todos ellos, por hacer que nuestros espectáculos tuvieran sentido.

Hemos realizado 17 espectáculos en 8 días, actuando en escuelas prefabricadas, en centros para niños y niñas huérfanos, en solares, entre escombros, entre los restos de lo que fueron casas y edificios... y de todos estos lugares nos llevamos nuestras maletas cargadas de recuerdos y emociones.

Hemos intentado aprender algunas palabras de francés, árabe, bereber, provocando risas con nuestra esmerada pronunciación… pero el idioma que mejor ha funcionado siempre ha sido la sonrisa; el idioma que no entiende de fronteras ni dialectos.

En todas las expediciones, cada actuación, cada momento, se viene con nosotros de vuelta como recuerdo del viaje; pero de Marruecos me llevo con especial cariño dos momentos particulares. Uno, en el que al terminar una de las actuaciones (y su posterior invitación a té y pan), había un grupo de niñas esperándonos al salir para acompañarnos de vuelta; no nos entendíamos, pero no hizo falta nada para que nos agarraran de la mano y nos llevaran hasta el coche. Costó soltarse de esas manitas, pero el recuerdo nos acompañará siempre. El otro recuerdo que viene conmigo es la mirada de una señora mayor que estuvo viendo nuestro espectáculo, sentada en el suelo, fuera del público, junto al altavoz, desde donde poníamos la música y cada vez que nos mirábamos asentía con la cabeza, con su sonrisa permanente y el pulgar hacia arriba. También la vimos al despedirnos del pueblo, allí seguía, sentada, sonriendo y con su pulgar hacia arriba.

Cada vez que emprendo viaje para una expedición de Payasos sin Fronteras, comienza una gran expectación. Encontrarme con compañeras que conozco poco, quizá los vi actuar, crucé algunas palabras con ellas o fue que miré sus fotos.

En cualquier caso, nos conocemos poco y hemos de convivir y actuar juntos dos semanas durante 24 horas al día.

Para la aventura se necesita mucho ánimo, voluntad y profesionalidad para que los días pasen tranquilos en el grupo, tanto en la parte artística como fuera del espectáculo. Hay mucho trabajo por delante. Tenemos que ensamblar trozos de espectáculo, compaginar los ritmos de cada payaso y otras disciplinas y en la medida que se pueda, que parezca un espectáculo completo, como si fuéramos una troupe desde hace mucho tiempo. El reto es jugar juntos.

Así que ahí está nuestro nivel de resiliencia, esa misma que pretendemos que mejore en el público que nos espera atento con el trabajo que realizamos.

Realmente es fascinante ver como cada día se va organizando el show, en el mejor de los casos y el puzzle va encajando con más o menos dificultad, depende de cada uno.

No hay que olvidar que es un juego y nuestra responsabilidad es articular una actuación donde todas lo pasemos bien.

¿Seremos capaces?... Siempre hay sorpresas.

Y cuando se acaba la representación y quitamos el maquillaje, seguimos. Comer, dormir, viajar, mirarnos y vernos. Juntas.

No todo es bonito. A veces no me soporto ni yo misma. Pero, ¡¡voy a aprender a hacerlo!! Y cuando vuelva a casa lloraré de pena porque todo ha terminado.

¡Hasta otra!

Gracias una vez más a Payasos sin Fronteras por hacerlo posible.

Raquel Martínez y Silvia Arriscado














Este artículo también está publicado en el blog de PSF: