Habíamos quedado el 3 de junio en el aeropuerto de Madrid, para embarcarnos en una expedición de Payasos Sin Fronteras. Una payasa, Angie, y dos payasos, Pepo y Nacho. Para Angie, era la primera vez. Un torbellino de nervios, curiosidad e ilusión hacían que sus ojos brillaran tratando de capturar cada instante como si fuera a ser el último.
Nuestro destino, Armenia. Un pequeño país montañoso, sin salida al mar ubicado justo donde termina Europa Oriental y empieza Asia Occidental. Sus vecindades son Turquía al oeste, Georgia al norte, Azerbaiyán al este, y al sur, Irán y el enclave azerbaiyano de Najicheván. Esta antigua república soviética, con una lengua y alfabeto propio, se destacó por ser la primera nación en adoptar el cristianismo como religión oficial allá por el siglo IV.
Sin embargo, aunque alguna iglesia visitamos y alguna palabra armenia aprendimos, la razón de nuestra expedición era otra. Los enfrentamientos entre Azerbaiyán y la República de Artsaj (Nagorno-Karabaj) en septiembre de 2023, obligó el exilio de más de 100.000 personas armenias en una sola semana desde Artsaj, por temor de ser víctimas de una limpieza étnica. Según UNHCR, la mitad era población infantil (31%) y personas mayores (18%).
A este contexto era al que unos meses más tarde llegaba nuestro trío de payasos, con el único fin de llenar de juego, alegría y optimismo los corazones de todas las personas que sufrían esta crisis humanitaria, tanto las refugiadas, como las que les acogían, y por supuesto, todas aquellas que vivían a diario en una calma tensa que cada cierto tiempo se cobraba alguna vida.
Nuestra llegada se vivía con mucha expectación. En algunos lugares, incluso había montada una fiesta de bienvenida y hasta grandes carteles pintados para la ocasión.
Muchas veces, cuando llegábamos al lugar de la actuación, el público ya estaba esperando en sus “butacas”. Así que nuestro espectáculo comenzaba con la entrada de los payasos portando todo el material necesario para la actuación, incluido el altavoz. Tanto el montaje, como el desmontaje, formaba parte del show.
Durante una hora, el público se sumergía en el mundo mágico y surrealista de los payasos. Aunque apenas chapurreábamos cinco o seis palabras en armenio, la sensación era que todos hablábamos una lengua común, el idioma universal de la risa. Hasta tal punto era así, que, al terminar el espectáculo, los más pequeños se nos acercaban exultantes diciéndonos cosas que nos habría encantado entender.
Fueron muchas las vivencias en cada etapa de la gira, muchos los ejemplos de resiliencia. Vamos a mencionar algunos.
Tech es un pueblo situado a apenas 200 metros de la frontera con Azervayán desde el último conflicto de Artsaj (Nagorno-Karabaj) en septiembre de 2023. Un pueblo en el que todas las familias han perdido a alguien por culpa de la guerra. Amenazado por una nueva escalada del conflicto, y que, sin embargo, lejos de despoblarse, sigue construyendo casas nueva y acogiendo nuevas familias. Veinte en los últimos tiempos.
Otro ejemplo es el de Melanie, una mujer con varios familiares con discapacidad que había decidido fundar un centro especializado en Vardenis, muy cerca también del Nagorno-Karabaj. Desde su centro trabajaba para construir comunidad entre las personas con discapacidad y sus familiares. Aunque también ayudaba en la acogida de más de doscientas familias refugiadas que habían llegado tras el último conflicto. Unas mil personas.
Ella nos comentó: “Van a tardar mucho en olvidarse de los payasos, de sus ropas y del rato que han compartido uno por uno. El sentimiento de comunidad que generáis es muy importante”.
Y por ampliar el rango de edades, mencionaremos también a Tigrán. Un joven de 23 años, refugiado del Nagorno-Karabaj, que nos encontramos en un campamento de verano en Yegheghnadzor, provincia de Vayots Dzor. Él, que ejercía de monitor del campamento, había estudiado ciencias políticas con la ayuda de un programa para refugiados y ahora lo quería devolver yéndose como profesor de historia a la región fronteriza de Syunik, donde habita una gran cantidad de población refugiada.
Podríamos escribir tantos párrafos como personas con las que hablamos en cada lugar al que fuimos. Fueron veinte las actuaciones que hicimos de la mano de UNHCR y 3.366 personas las que se toparon con nuestra pequeña caravana de risas. Junto con nuestro infatigable chofer, Arman, nos movimos por todos los territorios fronterizos de Armenia, llegando a las provincias de Ararat, Armavir, Geghrakunik, Kotayk, Tavush, Dilijan, Lori, Syunik, Vayots Dzor, para terminar nuestras últimas actuaciones ya en la capital, Ereván.
Del mismo modo que allí se quedaron con el recuerdo de nuestro paso, nosotros también nos volvimos con un pedacito de este pequeño país rodeado de vecindades poderosas que han ido tiñendo su historia de innumerables guerras, invasiones y hasta intentos de genocidio. Sin embargo, es un país que alberga gentes tranquilas y amables, con ganas de construir su propio futuro y eso sí, orgullosas de su producto nacional, el albaricoque.
Cerramos el post con esta pequeña anécdota: Tras nuestro paso por Armavir, un niño dijo a su madre: “Mamá, ¿ves?, Santa no es real, pero los payasos sí”.
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