sábado, 7 de marzo de 2020

Punto de partida. Etiopía 2020.

Ya en Astorga, me dispongo a escribir un resumen de lo acontecido durante estos diez días en Etiopía. Aún resuenan ecos de lo vivido, confidencias que seguimos compartiendo entre nosotros y que nos ayudan a aterrizar suavemente de nuevo en nuestras rutinas.



Los preliminares y el encuentro

Esta era mi quinta misión en terreno con Payasos Sin Fronteras, y sin duda la más numerosa en cuanto a lo que participantes se refiere y también la más corta, del 19 al 29 de febrero. Y es que ésta no era una expedición al uso, al objetivo habitual de llevar la risa a niños y niñas refugiados, se sumaba el de debatir sobre la situación actual y futura de la organización.

(c) UNHCR / Reath

Personalmente tenía muchas ganas de embarcarme en este proyecto. A algunos ya los conocía de otras expediciones, con Nacho y Pau había coincidido en Bosnia y con Bea en Colombia, pero del resto no tenía más referencia que lo oído o leído. Por lo que la convivencia me imponía cierto respeto, al ser gente de mucha experiencia, muy activa y con cierto peso dentro de la organización. Hasta tal punto, que entre ellos se encontraba el propio fundador, Tortell Poltrona, que, dicho sea de paso, se llama Jaume.

(c) UNHCR / Reath

Sin embargo, todo resultó sencillo desde el principio. El encuentro gradual con cada uno de ellos convirtió mi incertidumbre en la vivencia de la experiencia que ahora os voy a contar.

(c) UNHCR / Reath

La toma de contacto

El primer día en la capital de Etiopía, Adís Abeba, nos sirvió para conocernos un poco, comprar algún cable, experimentar las costumbres de los cacos autóctonos y componer un espectáculo que puliríamos una y otra vez a o largo de la expedición.


Tras esta toma de contacto, tocaba entrar en harina, reunirnos con Adelina, que era nuestro punto de contacto de ACNUR en la capital. Ella era quien nos acompañaría en nuestra primera actuación.

(c) UNHCR / Adelina Gómez

En Adís Abeba viven actualmente cerca de 24.000 refugiados, normalmente desplazados desde los campos por motivos sanitarios. Para ellos se han construido algunos centros que se encargan entre otras cosas de la educación de los más pequeños. Este era el caso del centro en el que hicimos nuestra primera actuación, gestionado por el JRS (Jesuit Refugee Service).



La asamblea popular y su plan estratégico

Hecha la actuación, tocaba abordar el asunto que nos había llevado a juntarnos en aquella expedición, debatir sobre el presente y futuro de la organización. Sin conocernos, rápidamente descubrimos que conectábamos. Un grupo de soñadores en un mundo de locos que en sus delirios febriles se creen cuerdos.


La idea de haber lanzado aquella Asamblea Popular, nombre propuesto por Jaume y Neus, parecía todo un acierto. No había prisa por dejar de debatir, nos sentíamos cómodos aprovechando la oportunidad de contraponer ideas y puntos de vista sobre algo que nos unía a todos, Payasos Sin Fronteras.

(c) UNHCR / Adelina Gómez

Pero tras el debate, llegó la hora de la segunda verdad, la de hacer el petate y coger el vuelo que nos llevaría rumbo a los campos de refugiados de Gambela. Todos albergábamos la incertidumbre sobre lo que nos encontraríamos allí, pero ni las altas temperaturas que nos esperaban, ni los posibles riesgos, fueron capaces de quitarnos la ilusión.


Un poco de contexto sobre Gambela

La región está localizada al suroeste de Etiopía, en la frontera con la vecina Sudán del Sur. Aquí se concentra la mayor densidad de población refugiada dentro del país, más de 330.000 personas que huyen del conflicto que sufre su país de origen, el 80% menores de edad.


Estos refugiados acceden a Etiopía principalmente a través de cinco puntos de la frontera, desde donde son distribuidos a alguno de los siete campos de refugiados habilitados en el área de Gambela.


A la población refugiada hay que sumar la local, otras 410.000 personas. Lo cual significa que en la región viven unas 740.00 personas, de las cuales un 80% son cristianas y el resto musulmanas.


Dentro de este mosaico cultural, conviven cinco grupos étnicos diferentes, los Nuer, Anuak, Menjenger, Opo y Komo, a los que hay que añadir otros grupos étnicos provenientes de las tierras altas de Etiopía.


Sin embargo, la coexistencia entre todos ellos no siempre es pacífica, habiendo constantes incidentes y deterioro de la seguridad. En concreto, estas son las principales amenazas existentes en la región:
  • Conflictos armados, con enfrentamientos entre etnias, sobre todo entre los Nuer y Anuak, así como algunos ataques desde el otro lado de la frontera.
  • Terrorismo, con algunos sucesos ocurridos principalmente en lugares con aglomeración de personas como es el caso de iglesias o transportes públicos.
  • Índice de criminalidad muy alto, con bandidaje, emboscadas en carreteras, hurtos en las calles, asaltos a viviendas, así como el robo de ganado y secuestro de niños perpetrado principalmente por algunas tribus desde el otro lado de la frontera.
  • Agitación civil, con frecuentes manifestaciones y alborotos en los campos de refugiados.
  • A todo lo anterior, se suman las inundaciones en época de lluvias, entre junio y septiembre, el elevado riesgo de incendios en un clima seco con temperaturas que alcanzan los 45 grados, la presencia de algunos animales salvajes como serpientes o escorpiones o el riesgo de contraer malaria.


Unido a todo lo anterior, hay que añadir la depresión económica del lugar. Próximos a un parque natural, hace tiempo que los turistas han dejado de llegar a la zona, ya que su integridad no puede garantizarse debido tanto a las condiciones de seguridad del parque frente a los ataques de animales salvajes, como a los enfrentamientos armados entre etnias.



Nuestra llegada

En este entorno es donde aterrizó una troupe de nueve payasos rebosantes de alegría, que con sus maletas y elementos extraños atraían las miradas curiosas de otros cooperantes que como ellos, esperaban los vehículos de Naciones Unidas para llegar a la ciudad de Gambela.


Allí nos esperaba el responsable de ARRA en la región. ARRA es la organización estatal etíope de ayuda al refugiado, responsable de asegurar unas condiciones mínimas de seguridad, educación, salubridad y sanidad, coordinando para ello el trabajo de las diferentes ONGs desplegadas en cada zona. Aunque nos confesaba que necesitaban más apoyos, ya que no eran capaces de garantizar algunos servicios básicos, como es el caso del agua potable. Una realidad con la que nos encontraríamos de bruces cuando llegáramos a los campos.


Nosotros solo les traíamos ilusión y alegría, pero por lo visto hacía bastante tiempo que no llegaban cargamentos de este tipo a la zona. Tenían el almacén vacío y realmente los necesitaban.


Pero al equipo de nueve payasos que íbamos a movernos durante estos días por los campos de refugiados sur sudaneses, había que añadir a las tres personas de ACNUR que se iban a encargar de toda la logística: nuestro chófer Jacob, nuestro fotógrafo e intermediador Reath y María, responsable de la acción sobre el terreno.


Tras hacer el  briefing de seguridad habitual en las instalaciones de ACNUR, y de dejar nuestras pertenencias en el hotel de turno, nos dirigimos al campo de Jewi, donde residen más de 56.000 refugiados. Aquí nos dimos cuenta de la dureza que iba a presentar aquel terreno, con temperaturas por encima de los 40 grados y sin un techo que nos resguardara del sol durante el espectáculo. Entre polvo y calor hicimos nuestra primera actuación en la zona.

(c) UNHCR / Reath

Al terminar estábamos molidos, queríamos llegar al hotel para relajarnos un poco, pero sucedió algo sobrecogedor que nos cargó las pilas instantáneamente. Miles de niños se agolparon delante de nosotros. Primero les habíamos hecho nosotros reír, y ahora ellos nos querían regalar algo. Empezó a sonar una música y ellos, como si fueran un mismo ser, comenzaron a botar al unísono. Un escalofrío recorrió mi cuerpo al verlo. Aún resuenan en mi cabeza las palabras de Jordi: “Qué cerca están estos niños de la madre tierra”.

(c) UNHCR / Reath

Al día siguiente, después de una noche bastante calurosa, de pegarnos con las mosquiteras y de lidiar con las máquinas de aire acondicionado, que en lugar de enfriar, calentaban el aire, nos dirigimos a Nguenyyiel, el campo con más refugiados de toda Etiopía, con más de 82.000 personas. Aquí íbamos a hacer dos actuaciones. La primera de ellas, en una escuela, tuvimos que terminarla antes de tiempo porque la gran masificación de niños y la disposición que se había hecho del espacio, hacía que se fuese descontrolando la situación hasta el punto en el que no resultaba prudente llegar hasta el final.


Después tocaba un descanso en las instalaciones de ACNUR, aunque en realidad, en lugar de descansar nos dedicamos a entretener con magia, malabares y música a todos los que andaban por allí.


La segunda actuación fue menos accidentada. Esta vez, se delimitó el espacio escénico con pupitres, lo cual garantizó que los más de 2.000 niños que asistían, pudiesen reír con nuestras tonterías sin miedo a ser arrollados. Un coro precioso de sonrisas blancas que contrastaba con la oscuridad de su piel. Bonito reflejo del humor blanco del payaso.


No había tiempo que perder. El tercer día nos dirigimos al campo de Kule, donde viven más de 44.000 refugiados. Aquí como no había pupitres para delimitar el espacio escénico, lo marcamos con yeso, dibujando un círculo de unos 15 metros de diámetro, de forma que el gran perímetro resultante permitiera que los miles de niños pudiesen vernos sin problemas. Antes, habíamos sido recibidos por una comitiva de niños y niñas que portando una pancarta cantaban dándonos la bienvenida.


Por la tarde repetimos la misma operación en el campo de Tierkidi, donde viven más de 63.000 personas. Aquí sería necesaria una alta dosis de fe para ver un círculo en la preciosa forma geométrica que resultó del imaginativo uso que hicimos Bea y yo de la cuerda/radio.


El cuarto día ya solo nos quedaba una actuación antes de subirnos al avión y empezar el largo camino de vuelta. Esta vez, no iba dirigida a refugiados, sino a población local, en la escuela preparatoria y de secundaria de Gambela. Por primera vez en toda la expedición, la audiencia no eran niños, sino alumnos de instituto, ya que las clases de los peques habían parado aquellos días. Una bonita despedida, que terminó en una multitud de selfies con adolescentes.



La despedida

No es casualidad que haya escrito prácticamente toda la crónica de la expedición utilizando la primera persona del plural. Tal fue como lo sentí, uno más dentro de un equipo compacto que respiraba síncronamente. Así es como llegamos al final, tristes por acabar aquellos diez días de convivencia, de canciones y juegos constantes en terreno, pero eufóricos por saber que el experimento había sido todo un éxito.

(c) UNHCR / Reath

A nuestras espaldas dejábamos más de 12.000 sonrisas dibujadas en tan solo 7 representaciones, y el nacimiento de una asamblea popular en Payasos Sin Fronteras que como las gaviotas de Duncan Dhu, quién sabe dónde irá.


Con el recuerdo de lo vivido, la fuerza incansable de Jaume Mateu (Tortell Poltrona), las canciones de Pau Segalés, la vitalidad de Luara Mateu (Petita Lu), los silencios de Nacho Camarero, la alegría de Anna Montserrat, los chistes de Jordi Sabán (Sabanni), el perreo de Bea Garrido (Lolamento), el flow de Neus Balbé, y la satisfacción de haber contribuido a repartir un poco de alegría, hice la maleta y me fui a casa a celebrar el cumpleaños de mi madre.


P.D: Recomendación al viajero. El síndrome de la clase turista no es una leyenda urbana. Cuando cojas un vuelo largo, muévete de vez en cuando y así evitarás tener que informarte más en detalle sobre las consecuencias de tener un grumito inquieto por conocer tu cuerpo.

1 comentario:

  1. Todo el amor
    Toda la risa
    Todos los besos y abrazos
    Viajan con nariz de payaso

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