domingo, 24 de mayo de 2020

50m2 - Día 46

Domingo 24 de mayo, llevamos más de dos meses confitados y parece que por fin se va viendo la luz. Pero ¿qué hago yo escribiendo un domingo? pues que estoy que me “desescalo” encima y mañana… Mañana no sé qué voy a hacer, pero me gustaría que otros planes ocupasen mi rato de escritura, y el vuestro de lectura.

Porque por fin entramos en la famosa fase 1. Y ¿ahora qué? No sabemos. Ahora que los parques se han convertido en gimnasios improvisados, que la Gran Vía parece un circuito ciclista donde apenas se permite el paso a unos cuantos coches, ahora que trozos de tela nos ocultan las sonrisas, que los abrazos deben mantener una distancia social… ¿Ahora, qué?

Parece que es el momento de ir cambiando rutinas. Mis rutinas, esas que me han servido para aguantar el día a día en estos meses, y las que se han ido cayendo por el camino, porque, salvo para seguir dándome castañazos con la lámpara, la constancia no es lo mío. Cayó el reto del ukelele (Lourdes, le debo un vídeo a tu hermano), cayó el reto de las 1000 abdominales de mi entrenador de ébano, prefería dejar la tableta de chocolate para el postre, más que llevarla puesta, cayeron las clases de inglés (creo que esas me duraron dos días) y hasta he dejado de ver a mis caras habituales en los paseos mañaneros. Ya era hora de un cambio. Eso y que mi neurona está ya a otras cosas, y como las sinapsis no están permitidas con eso de mantener la distancia social, la pobre está en servicios mínimos, los justos para escribir esta penúltima crónica, que como pasa con las cerves, nunca es la última.

Hace días que vengo pensando y soñando con el momento en que acabe todo esto. Esta maldita película de ciencia ficción en la que sin quererlo nos han dado un papel a todos. Y no es que haya acabado aún, pero quiero creer que se va viendo el desenlace.

Muchas veces he pensado en el día en que llegara el momento de despedirme de vosotros, de despedirme de esta crónica que me ha servido para espantar los miedos y ansiedades de la situación que hemos vivido. Para ponerle una sonrisa al drama. Para engañar a mi cabeza y a mi corazón. Para llenar los tiempos perdidos...

Y por fin llegó ese momento. Y me despido, confieso, entre lágrimas. De alegría, de miedo a lo que venga ahora, de agradecimiento. No sé. 
Tantos días intentando reírme de todo y ahora esas lágrimas contenidas quieren salir todas juntas. Tenían que salir. 

Pero me despido agradeciendo. A todos los que habéis estado ahí siguiendo mis tonterías cada día, animando con un mensaje o unas palabras que me hacían seguir con ello, a los colaboradores improvisados, a los protagonistas de las "cosas que le pasan a otros", al dueño de las musas que nunca llegaron, a los astros que me invitaron a escribir y por supuesto, a la mano que en la sombra se ha encargado cada día de publicar estas líneas para poder compartirlas con vosotros, sin la que mis palabras no habrían visto la luz. 
Sin olvidar a mi madre, que ha aguantado mis ausencias cada tarde (y mis conciertos de ukelele desafinado) sin un mal gesto, sin un solo atisbo de desaliento. Luchadora, siempre. 

No sé si en algún momento retomaré mis escasas dotes para la escritura, pero de ser así, que la próxima vez que escriba sea para contar los abrazos que nos hemos dado, los besos... Y las risas que hemos compartido juntos, y revueltos. 

Porque esto no va a ser una despedida sino una invitación a que nos veamos y a que sigamos riendo juntos. Así qué, ¿cuándo quedamos? 

Gracias.
Curruquilla.



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